sábado, 4 de agosto de 2012

La mujer que soñó con la soledad.


Dormida estaba en el sueño más profundo, como si hubiese bebido alguna pócima, algún brebaje embrujado. Intentaba despertar a cada instante, pero no podía. Atada de pies y manos se sentía, sus músculos atróficos no respondían a ningún llamado de auxilio de su atormentado corazón. Cualquier intento de escapar de aquella pesadilla prolongaba más aquella agonía.
Rodeada estaba de sombras, de cuerpos sin forma, de seres sin vida, agónicos al igual que ella. Cuerpos vencidos por la despiadada y más cruel de las mujeres que habitaba todas las ciudades de la desolación. Eran los esclavos de La Soledad.     
Y de la misma manera como a todos ellos logró invadir sin piedad, Ella, La Soledad, buscaba lo mismo con el alma de aquella indefensa. La tenía atrapada, encadenada y custodiada, en busca de hacerla su esclava.
-¡Auxilio! Gritaba desconsolada, pero su voz no tenía sonido, en cambio un eco ensordecedor volvía a sus oídos sin respuesta alguna. -¿Acaso nadie me escucha? Gruñía dentro de sí.
En aquel momento sintió una brisa fría en el rostro, justo en las mejillas. Era el beso de aquellos labios fríos de la mujer que alguna vez fuera desconocida para ella, al mismo tiempo que el mar se desplomaba sobre su ser.
La soledad es ese dolor inconcebible que no duele pero molesta. Es ausencia y es presencia. Es tristeza y es felicidad. Es el recuerdo mismo en el olvido de todo. Es desesperanza y es desconfianza. Es lejanía y es encierro.      
Es un desierto hermoso pintado ante los ojos de una ciega. Es la gota de lágrima que se vuelve compañía como agua que sacia la sed.  Es esa mirada cansada que no se ve, y es el esfuerzo de aquel grito que nadie escucha.
Es el eco de la nada que rebota ante los sentidos…

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