sábado, 4 de febrero de 2012

El llamado de la muerte nazi.


Se levantó de su cama brutalmente, como si hubiese escuchado que alguien la estaba llamando, pero solo fue su imaginación, o tal vez la estaban llamando, pero desde el otro mundo. ¿Quién sabe?
Toda la casa estaba vacía, eran las siete de la mañana. Tenía que partir muy lejos, se movía por inercia, su cabeza le daba vueltas y vueltas. No encontraba respuesta alguna. Sus ojos abiertos e intactos casi no pestañeaban.
Se dio una ducha fría, se vistió, apagó el silencio y salió a tomar el colectivo. A la vuelta de la casa prendió un cigarrillo, el humo empapaba sus ojos y los dejaba rojos. El olor nauseabundo impedía que las personas se le acercaran.
La palidez nunca había abandonado su rostro, desde que era una niña. No tenía rumbo fijo, pero sin pensarlo abordó el colectivo. Iba parada en el medio, con movimientos justos como para no golpear a nadie.
Era una mañana muy fría. Sin querer volteó la cabeza hacia un costado y vio parado a su lado a un hombre. Sus manos estaban frías y temblaban. El hombre la miró y le sonrió. Era alto, flaco, de ojos verdes, tenía el cabello negro y le cubría el cuello. Le había sonreído de una manera tan anormal, socarronamente. Sus ojos producían una mirada muy segura, muy penetrante, algo así como cuchillos en el medio del corazón, eran hundidos pero saltones a la vez. Sus cejas fruncidas atemorizaban aun más.
Ella volvió a mirar al frente, por su mente empezaron a pasar miles y miles de rostros indescriptibles, a la misma velocidad a la que un haz de luz desaparece. Las personas que caminaban por la calle se asemejaban a almas en pena, se percibía sus rostros de infelicidad, inseguridad y desesperación. Ese día hubiera de pasar algo inolvidable en aquella inhóspita ciudad.
Todo lo que veía, lo que imaginaba, lo que sentía, la dejaban cada vez más sin respuesta.
Unos kilómetros después bajó del colectivo, la frecuencia cardiaca se le había acelerado bastante. El hombre bajo detrás de ella. Debido a su miedo no percibió tal acto. Ella sentía que se alejaba cada vez más de este mundo, de la realidad y sentía que no podía hacer nada para cambiarlo. No podía sobrepasar tal obstáculo, su destino. No confiaba en nadie más que en ella, su alma.
De pronto toda la ciudad queda vacía, quedo atrás. El cielo se oscureció. La luz se apagó en su rostro. El hombre la estiro del brazo compulsivamente. Su voz quedo muda, la de ella, intentando pedir ayuda. Eran solo él y ella, el silencio.
El hombre no producía zumbido alguno, la acariciaba lentamente. La inconsciencia asustada de ella le abatía el alma, hablando mudamente. El hombre, psicópata, la empujo al suelo, él cayó lentamente sobre su cuerpo. Surgían movimientos extraños. Los gemidos de la mujer no se podían discernir. ¿Pedía auxilio o disfrutaba aquel dolor?
Una semana más tarde después de la desaparición, se había encontrado el cadáver putrefacto, partes insoldables, cabeza, brazos, piernas. En cada uno de ellos incrustado el símbolo nazi, como si aquel maldito se estuviera burlando de la humanidad.                  
   

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